

Por Iván Nolazco
Escritor, periodista.
Este artículo no busca señalar con el dedo, sino encender una luz. Es una crítica constructiva, nacida desde la convicción de que San Juan tiene todo para crecer, pero necesita revisar con honestidad sus propias limitaciones. No se trata de comparar para competir, sino para aprender. Y sobre todo, de dejar atrás viejas excusas para abrir paso a una cultura empresarial más ambiciosa, profesional y proactiva. Porque solo así se fortalece de verdad el desarrollo local: desde la autocrítica, no desde la complacencia.
Durante años, San Juan ha repetido una consigna que suena sensata: fortalecer el compre local, fomentar la empleabilidad sanjuanina y priorizar a las empresas de la provincia. Estas ideas forman parte del guion clásico del desarrollo económico con identidad territorial. Pero cuando esas frases se convierten en dogma, sin autocrítica ni evolución, dejan de impulsar el crecimiento para transformarse en freno invisible.
Porque lo que debería ser una plataforma para construir un tejido empresarial sólido y competitivo, se ha convertido muchas veces en una red de contención para empresas que no quieren —o no saben— cómo adaptarse a las nuevas reglas del mercado.
Y mientras en San Juan algunos siguen esperando que el trabajo llegue por decreto, desde Mendoza llegan empresarios con visión estratégica, que leen el contexto, identifican oportunidades y ejecutan con precisión. No están invadiendo. No están usurpando. Están compitiendo, simplemente. Y lo hacen mejor.
“Somos de acá”, el nuevo plan de negocios
El contraste entre el empresario mendocino y el sanjuanino no es anecdótico: es estructural. El primero se mueve con mentalidad de mercado. Habla de nichos, de posicionamiento, de fidelización. Desarrolla propuestas de valor alineadas con las demandas del cliente. Invierte en tecnología, profesionaliza sus equipos y opera con lógica de eficiencia. No espera que lo llamen: sale a buscar. No depende del Estado: lo considera una de muchas variables del entorno.
El empresario sanjuanino promedio, en cambio, ha desarrollado una peligrosa dependencia del contexto político y una preocupante resistencia al cambio. No mide su productividad. No escucha al mercado. No actualiza su modelo de negocio. Espera que la cercanía geográfica sea suficiente. Que por ser “de acá”, el trabajo le pertenezca por derecho. Como si la competencia fuera una amenaza y no una invitación a mejorar.
Mientras ellos hacen benchmarking, nosotros hacemos sobremesa
Desde Mendoza, los empresarios llegan con estructuras claras, con planes comerciales definidos, con procesos auditados y con personal entrenado para ofrecer un servicio de calidad. Muchos ya han transitado por mercados más exigentes, y eso los ha obligado a estandarizar operaciones, digitalizar procesos y construir una cultura empresarial sólida. No improvisan: gestionan.
En San Juan, muchas empresas siguen funcionando como unidades familiares ampliadas: sin protocolos, sin indicadores, sin estrategia. La venta depende del humor del dueño. La gestión del talento, de la intuición. Y la planificación, de la agenda del gobierno. Mientras ellos hacen benchmarking, nosotros seguimos charlando en la sobremesa sobre cómo eran las cosas “cuando todo era más simple”.
Innovación es para las películas de Silicon Valley
En una economía cada vez más competitiva, la innovación dejó de ser un diferencial: es un requisito. Y sin embargo, en San Juan, la innovación sigue viéndose como algo “de otros”. Como si fuera exclusiva de grandes empresas tecnológicas o de países lejanos. Pero innovar no es inventar la rueda: es hacer las cosas mejor. Es incorporar un CRM, rediseñar una propuesta de valor, cambiar la experiencia del cliente, usar datos para tomar decisiones.
Mientras los mendocinos sistematizan, digitalizan y estandarizan, aquí todavía se debate si vale la pena “gastar” en capacitación o contratar un consultor. Hay una confusión de base: ver la inversión como costo. Así, el cambio no llega, la eficiencia no mejora y la oportunidad se escapa.
La siesta no es excusa… hasta que lo es
La siesta es parte de nuestra identidad. Es cultural. Es querida. Pero también puede convertirse en símbolo de pasividad. En San Juan, muchos empresarios han extendido esa siesta al ámbito productivo. Duermen mientras el mercado cambia. Postergan decisiones. Esperan que el Estado los reactive. Rechazan la incomodidad del cambio. Se han adormecido en una zona de confort que ya no es sostenible.
Lo más preocupante es que no hay voluntad real de transformación. Las capacitaciones son escasas. El networking es mínimo. La estrategia empresarial se reemplaza por la gestión de favores. Y entonces, la competencia no es bienvenida. Es vista como amenaza, no como espejo.
Tenemos todo para ganar… excepto ganas
San Juan tiene recursos naturales valiosos, ubicación estratégica, capital humano, oportunidades mineras y un contexto global favorable. Pero falta lo más básico: hambre de crecer. Mentalidad de expansión. Espíritu competitivo. Las herramientas están sobre la mesa, pero no hay manos que las usen. Se repite el discurso del potencial, pero no se traduce en acción. Y eso, en un mercado dinámico, es perder por default.
Un gobierno puede —y debe— crear condiciones para el desarrollo: bajar impuestos, facilitar procesos, generar espacios de articulación. Pero no puede garantizarle trabajo a quien no se profesionaliza. Eso no es inclusión productiva. Es subsidiar la ineficiencia.
La minería —como cualquier industria globalizada— no espera a nadie. Y no perdona a los improvisados. Se mueve al ritmo de los resultados, no de los relatos. En ese terreno, el que no se adapta, desaparece. No por falta de oportunidades, sino por falta de actitud.
San Juan tiene recursos, talento y oportunidades. Pero necesita algo más urgente: empresarios despiertos. Que hablen de estrategia, no de contactos. Que piensen en escalabilidad, no en acomodo. Que entiendan el mercado, no sólo la coyuntura. Que abandonen el relato de la victimización para protagonizar una historia de evolución.
El futuro no espera. Y el mercado no se conmueve con lamentos.
La hora de despertar ya sonó. Ahora hay que levantarse. Porque el que se queda en la siesta, pierde el tren.
(Fuente: diarioentrelineas.com)