
Especial para Diario Las Noticias. Por Diario Libre
En lo más alto del departamento de Iglesia, entre cerros áridos y caminos de ripio que parecen no tener fin, se esconde un lugar donde el tiempo avanza distinto. A más de 2.000 metros sobre el nivel del mar, el pequeño paraje de El Chinguillo alberga apenas a cuatro habitantes, Iván Solar, su esposa Lorena y sus hijos Jesús y Reinaldo. Allí, en medio del silencio, la familia mantiene viva una historia de trabajo, amor por la tierra y resistencia frente al aislamiento.

Llegar hasta El Chinguillo no es tarea sencilla. Desde Rodeo, la localidad más cercana, hay que recorrer setenta kilómetros de caminos de tierra, donde solo los vehículos todoterreno pueden avanzar sin dificultad. Pero al final del trayecto, el paisaje se transforma, aparecen árboles frutales, huertas, parras y corrales que rompen la aridez del terreno. Es el punto donde el desierto cede paso a la vida.
Iván Solar nació y creció en ese valle. La tierra que hoy trabaja perteneció a su abuelo, quien pastoreaba las mismas pendientes. Con el tiempo, el campo pasó a manos de su padre y luego a la de sus once hijos. Solo Iván decidió quedarse. “De mis hermanos, fui el único que no se fue. Este lugar tiene alma, y no quería que quedara abandonado”, cuenta.

En El Chinguillo, los días comienzan antes del amanecer. La familia revisa los cercos, alimenta los animales y trabaja la huerta. “Tenemos árboles frutales, hortalizas, chivos, gallinas y ovejas. También producimos vino de varias cepas. Casi no necesitamos comprar alimentos, somos autosustentables en casi todo”, explica Iván con orgullo.
El aislamiento, que para muchos sería una carga, se convirtió para los Solar en una forma de vida. El sonido del viento reemplaza al ruido urbano, y la comunicación con el exterior depende de una señal telefónica que aparece solo a ratos. Durante los meses de invierno, el acceso suele quedar interrumpido por los ríos crecidos, y el caballo o la mula son los únicos medios de transporte posibles.

Los hijos de Iván y Lorena estudian a distancia mediante clases virtuales. “Tres semanas al mes lo hacen desde casa, y la cuarta viajamos a Rodeo para asistir a las clases presenciales”, explica Lorena. En esos días, la madre acompaña a los niños, mientras Iván permanece en la finca cuidando los cultivos y el ganado.
Jesús, de 10 años, y Reinaldo, de 8, ya tienen responsabilidades propias. “Cada uno tiene sus chivos para cuidar y ayudan con la huerta, pero su prioridad es el estudio”, destaca el padre. La infancia de los pequeños transcurre entre la naturaleza y la tecnología, una combinación que les permite crecer conectados con la tierra sin dejar de aprender lo que el mundo digital ofrece.

En El Chinguillo, la energía proviene de paneles solares y un generador que solo se enciende en casos de emergencia. Sin embargo, la familia anhela contar con electricidad permanente. “El tendido eléctrico pasa a unos 30 kilómetros. No es tanta distancia, ya hicimos el pedido al Gobierno de San Juan, pero todavía no obtuvimos respuesta”, señala Iván, con la esperanza de que la modernidad llegue sin alterar la esencia del lugar.
Pese a las dificultades, el aislamiento no impidió que El Chinguillo se convirtiera en un destino buscado por viajeros que desean desconectarse del ritmo urbano. Con esfuerzo, los Solar acondicionaron su casa y hoy ofrecen hospedaje para catorce personas. “No hay lujo ni velocidad, pero sí paz, algo que cuesta encontrar en el mundo”, afirma Iván.

Los visitantes llegan en camionetas 4×4 y son recibidos con la calidez de una familia que comparte lo que tiene. Las comidas se preparan con productos de la huerta y carnes de su propio campo. El menú puede incluir una cazuela criolla, verduras recién cortadas o un chivo asado al aire libre. Por las noches, el cielo estrellado y el silencio absoluto se convierten en los principales atractivos del lugar.
El turismo también se complementa con la actividad minera. Los Solar brindan alojamiento y comidas a los trabajadores que operan en la mina Vicuña, proyecto destinado a la futura extracción de cobre en la cordillera. “Somos la urbanización más cercana a la zona de trabajo, así que tratamos de ayudarlos en lo que podemos. Les damos comida y un lugar donde descansar”, comenta Iván.
Gracias al avance de la conectividad satelital y al apoyo de algunas empresas privadas, Lorena pudo realizar cursos de capacitación a distancia. Recientemente finalizó un curso de gastronomía organizado por GL Support Sitios Remotos, perteneciente al Grupo L, empresa que brinda servicios de alimentación y limpieza en zonas aisladas.
“Fue una experiencia increíble. Aprendí mucho sin tener que dejar mi casa”, cuenta Lorena, quien hoy aplica sus conocimientos en la atención de los visitantes. Su logro simboliza lo que la tecnología puede hacer cuando se combina con la voluntad de superarse.
El Chinguillo se mantiene en pie gracias al trabajo y la convicción de esta familia que eligió quedarse cuando todos se fueron. En cada rincón, el esfuerzo se mezcla con la esperanza de que este pequeño oasis siga vivo. Los visitantes que llegan hasta allí se marchan con una certeza, hay lugares donde la vida conserva su esencia más pura, donde la quietud se vuelve un refugio y donde el tiempo parece detenerse.
En medio del desierto cuyano, los Solar escriben su historia día a día, demostrando que todavía existen espacios donde la conexión con la naturaleza, la familia y el trabajo son los pilares de una vida plena.
















